domingo, 15 de mayo de 2011

Gran Reinauguración

No abuses de  mi  inspiración,
no acuses a mi corazón, 
tan  maltrecho y ajado que está
cerrado por derribo. 
-Joaquín Sabina-   

Hace algunos meses, tras varios pedazos rotos, apenas remozados con saliva en vez de yeso; tras unas grietas que lo recorrían por todos lados y cada vez más profundas, más anchas y más difíciles de obviar; después de varios intentos por mantenerlo abierto, hubo un derrumbe más grande: los pedazos se hicieron pedacitos y ya ni la saliva ni el yeso pudieron remozarlos; las grietas eran casi lo único que quedaba, así que puse el letrerito en mi corazón: “Cerrado por derribo”.
    Lo primero fue sentir la tristeza de tener enfrente a mi corazón tan destruido; ni por dónde empezar a repararlo, sólo podía verlo ahí, quién sabe si completo, quién sabe si reparable. “Cerrado por derribo”; al menos la explicación sobraba, era evidente, pero había que avisar que estaba cerrado. No quedaba claro si era momentáneo, permanente o por tiempo indefinido. Al ver los escombros era difícil decidir.
    Después tuve que limpiar; sacudir tanto polvo y barrer los pedazos filosos o picudos que podían cortarme. Un proceso largo, lento; decidir dónde poner cada cosa, construir lugares para poner orden, al menos tener espacio para la reconstrucción.
    Y muy poco a poco, casi imperceptiblemente, con mucha paciencia y con mucho amor, con pegamento, lodo, ladrillos de todos lados, cinta adhesiva, nuevos lazos que lo estrechen, lluvia; todo lo que me pudiera ayudar a pegar los pedacitos que decidí salvar, fui construyendo de nuevo mi corazón.
    Dejé el letrerito bien a la vista: “Cerrado por derribo”, y en algún momento, cuando al fin pude ver que lo que se formaba con tanto esfuerzo, con tantos pedazos desechados, seguía siendo mi corazón y no otro diferente, sólo cuando tuve esa certeza, lo cambié: “Cerrado por derribo” y, abajo en letras chiquitas: “En remodelación”.
    Como en todas las remodelaciones, en ésta hubo un proceso de observación, de comparación, de planeación, de creatividad. Todo con la idea de hacer que ese corazón sea al mismo tiempo igual y diferente; que se pueda reconocer, pero que los cambios también sean evidentes. Y como en todas las remodelaciones, en ésta hubo ensayos, pruebas, errores, rectificaciones.
    Nunca había hecho esto; nunca había cerrado, ni por derribo, ni por inundación, ni por falta de clientes. Siempre una puerta, una ventana, un tragaluz en lo alto de todo, algo abierto por donde colarse; nunca un letrerito.
    Hoy, después de mucho trabajo, de muchas tristezas, de ensayos, de inseguridades y arrepentimientos, me atrevo a quitar el letrerito y cambiarlo por otro: “Gran Reinauguración”.
    Claro, tiene su parte de publicidad, porque de “Gran” lo que tiene es sólo su importancia. El evento es privado, pocos invitados, importantes, eso sí, todos y cada uno. La entrada es sólo con invitación, la vestimenta, por supuesto, es informal; de preferencia con una sonrisa, pero no es indispensable. La cita es cuando quieran, al fin, de nuevo está abierto.

Juan Manuel Ruisánchez Serra.
Aubin Arroyo. La Habana.

sábado, 14 de mayo de 2011

Las otras veces

A veces basta con entender un pedazo; a veces basta con mover algo de lugar, con verlo desde otro punto de vista. A veces es suficiente con entender un detalle que antes ni percibíamos; a veces basta con cambiar algo un poco, o no tan poco.
    A veces basta con llorar y despedirnos, con enojarnos, con la tristeza. A veces es suficiente pedir tiempo y encerrarnos un rato. A veces sólo basta con soltar y seguir como si nada.
    A veces basta con un buen amigo al lado, o dos. A veces es suficiente saber cuánta gente te quiere. A veces es suficiente que te quieran.
    A veces basta con el mar y con el cielo. A veces sonreír es suficiente. A veces basta con hablar y con escuchar. A veces basta con un abrazo sincero y un beso que nos mueva.
    A veces es simple y sencillamente suficiente; pero las otras veces, ésas donde no basta ninguna y apenas son suficientes todas juntas y por triplicado, esas otras veces, la vida se complica. Por suerte, ésta, que es una de esas otras veces, bastó con esto que me es suficiente.

Juan Manuel Ruisánchez Serra.
Aubin Arroyo. Antofagasta.

viernes, 13 de mayo de 2011

Esta sonrisa

Hoy no importa que sea trece, porque ni es martes ni es viernes, y ni siquiera así importaría. Hoy no me importa que en mis galletas de la suerte el papelito no aparezca, ni que todos los tréboles tengan siempre tres hojas. Hoy la suerte no importa, porque hoy me reencontré con esta sonrisa de hace tanto.
    Sí, hoy lo único que quiero es sonreír. No importa si el cielo es azul, si el viento es frío o si en el desierto sólo veo arena, porque hoy reencontré esta sonrisa que viene desde muy adentro y que no pide permiso.
    Hoy sólo escribo esto, que debe ser de risa fácil y agradecimiento. Hoy volteo alrededor y basta. Hoy sonrío esta sonrisa que hace tanto tiempo anhelaba; hoy, por fin, la siento de vuelta, no importa si es sólo hoy, sé que está de vuelta.
    Hoy, con esto es suficiente y sonrío.


Juan Manuel Ruisánchez Serra.
Aubin Arroyo. Cuernavaca.

jueves, 12 de mayo de 2011

Riesgos

Nunca he sido una persona arriesgada. Puede ser que tome decisiones apresuradas, erróneas, tontas, pero casi siempre midiendo los riesgos y conociéndolos a fondo. De mis decisiones, no todas las tomo sabiendo que el riesgo es poco, pero siempre hay un análisis de por medio y siempre una explicación.
    Son muy pocas las cosas que hago así nomás, sin preocuparme por los riesgos o sin conocerlos. Es difícil que le sonría a alguien por la calle si es que no nos conocemos; es difícil que me acerque a alguien que no conozco y le diga un simple “hola, ¿cómo estás?
    La timidez siempre ha sido muy fuerte en mí, el miedo al ridículo, al rechazo. Hoy, sin embargo, creo que es momento de acabar con eso. No de golpe, no del todo, pero sí de pronto, si un poquito.
    ¿Qué pasa si sonrío más? ¿Si bailo? ¿Si me río un poco más de mí? ¿Qué pasa si te digo que eres muy bonita o que un beso tuyo no estaría nada mal?
    ¿Qué pasa si no me sonríen de vuelta? ¿Si me veo ridículo en mi falta de ritmo? ¿Si me da dolor de panza de tanta risa? ¿Si me volteas a ver feo o me niegas el beso?
    ¿Y qué pasa si me lo das y te ríes conmigo? Hoy decido intentarlo; ya contestaré.

Juan Manuel Ruisánchez Serra.
Aubin Arroyo. Cuernavaca.

miércoles, 11 de mayo de 2011

El cielo azul de hoy

Cierro las cortinas porque tengo ganas de que el cielo sea el que me imagino: azul, brillante, profundo, intenso; azul hipnótico. Es un cielo perfecto. Ni una sola nube lo atraviesa, el sol sólo se adivina, pero no aparece en mi campo de visión. No hay montañas en el horizonte, ni mar abajo que lo refleje. Sólo cielo, sólo azul, sólo un lienzo. Cierro las cortinas y el cielo es perfecto; cierro las cortinas para verme en esa hipnosis azul.
    Sonrío, el cielo así de azul siempre me ha hecho sonreír. Son muy pocos los lugares y los días en que el cielo es como el de hoy; por suerte, mis sonrisas no son tan pocas, ni en tan pocos lugares ni en tan pocos días. Pienso que sólo quise este cielo hoy para poder tener esta sonrisa, pero, en el fondo, creo que la cosa es al revés: hoy tengo esta sonrisa que se me escapa, que se queda, un poco desafiante, como retándome a borrarla. No quiero borrarla, quiero regalarle algo, por eso cierro las cortinas y lleno mi vista de ese azul intenso; es un regalo para mi sonrisa de hoy.

Juan Manuel Ruisánchez Serra.
Aubin Arroyo. La Habana.

martes, 10 de mayo de 2011

Rechazo

Es curioso el rechazo, que se presenta de tantas y tantas formas. Es curioso, porque no se entiende cómo afecta, o cuánto o por qué. Es curioso el rechazo, que te despierta de madrugada y te obliga a escribir.
    ¿Cómo no sentirte rechazado cuando las personas que más te conocen o más te quieren te ven como bicho raro? Te quieren, de eso no cabe duda, te aceptan (caben un poquito más de dudas), pero nunca se borra esa sonrisita burlona o condescendiente, esa mirada que te dice que no te creen, o, si te creen, que, entonces, no creen que alguien pueda ser así. Siempre esa sensación de que no te entienden, de que nunca pensarán que tienes razón o derecho de querer lo que quieres.
    ¿Cómo no sentirte rechazado si se niegan a recibir tu riñón sin más razón que un “no gracias”, después de pruebas y pruebas? Y, luego, no sólo es tratar de entender solito por qué no quieren tu riñón, sino que, después, después de otros transplantes, peleas, tanto y tanto dolor, al final, se muera tu mamá y tú tengas tus dos riñones intactos.
    ¿Cómo no sentirte rechazado si, cuando tu hermano acepta tu riñón, el doctor dice “casi, pero no gracias”? Y no importa la explicación médica ni la decepción en el agradecimiento de tu hermano, porque otra vez te dicen que no y otra vez estás, con tus dos riñones intactos, en una situación horrible.
    ¿Cómo no sentirte rechazado cuando una amiga te dice que lo peor que le podría pasar es que te enamoraras de una amiga suya? Y no es que ella piense que eres una mala persona o que eres horrible. No, ni siquiera; es sólo que quieres cosas tan distintas en la vida, que, al parecer, lo más sencillo es descartarte, pensar que estás mal, loco, o que no has entendido que lo que quieres no se puede.
    ¿Cómo no sentirte rechazado si cuando al fin sientes que encontraste lo que quieres, de pronto se acaba y ni siquiera entiendes? Y, luego, no sólo resulta que acabó, sino que te quedas sin amigo y sin novia, sin un recuerdo que te ayude a pensar que hay esperanzas de encontrar lo que quieres. Que aquello que pensabas que era no era y todo el tiempo dudas si alguna vez fue.
    ¿Cómo no sentirte rechazado si cuando más necesitas a la gente que te quiere (con todo y su sonrisa condescendiente), lo que tienes, como mucho, son mensajes que te dicen que te quieren? Y no es que no te quieran, lo sabes muy bien, pero no es eso lo que importa y no logras que lo entiendan.
    ¿Cómo no sentirte rechazado si siempre sientes que eres el último en la lista? No importa qué digas, no importa que pidas ayuda, que estés tan triste. No importa que tus necesidades sean sencillas: “está conmigo, déjame sentir que te gusta verme y que te importo”. No importa, porque tomas el boletito de la fila y, en el tuyo, ni siquiera aparece un número, sólo dice: el último.
    ¿Cómo no sentirte rechazado cuando explicas y te explican y, al final, vuelves a lo mismo? Sabes, o entiendes, o al menos puedes explicar que si no te ven no es porque no te quieran, siempre hay razones que lo explican, pero no importa, porque otra vez la razón que a ti te importa sacó el mismo boletito: el último.
    Es curioso el rechazo, porque puede ser que ahora, de todas esas formas del rechazo, la que más te duela parezca la menos importante.

Juan Manuel Ruisánchez Serra.
Aubin Arroyo. Zacualpan de Amilpas.

lunes, 9 de mayo de 2011

Huecos

Hoy hubiera preferido escribir algo distinto. Ya sé, apenas son las primeras palabras y aún no he escrito nada, pero ya lo sé, hoy hubiera querido escribir algo distinto.
    Me hubiera gustado hablar del viento en tu pelo, o tu sonrisa perfecta. De tu ventana de nuevo, del desierto o de tu belleza. Pero hoy otra vez no estás y ya ni siquiera tengo ganas de imaginarte en la ventana.
    Hubiera preferido escribir de algo abstracto o imposible, indescifrable, lejano, obscuro o inventado. Me hubiera gustado describir un palacio con reyes y princesas, y hasta dragones terribles que lo asedien. Hubiera preferido escribir de cosas tristes, azules, esponjadas; de cosas, las que fueran.
    Hoy hubiera preferido escribir algo distinto, algo que no dejara tantos espacios y silencios. Hoy me hubiera gustado tener algo de qué escribir que no estuviera tan vacío.

Juan Manuel Ruisánchez Serra.
Aubin Arroyo. Cuernavaca.

domingo, 8 de mayo de 2011

Luciérnagas

Hace mucho que no pensaba en luciérnagas. No es que en mi vida haya sido una idea recurrente, pero hoy, de casualidad, mi mente retrocedió años por escuchar una canción: “una luz que se enciende y se apaga: luciérnagas”. Eso dice la canción, aunque yo, en realidad, escuché: “mi corazón se prende y se apaga, como una luciérnaga”.
    Y se me quedó la idea, rondando en la cabeza, prendiéndose y apagándose, llevándome hasta hace tanto, cuando era niño y, en mis vacaciones, íbamos de viaje a un lugar en el que en la noche se veían miles de luciérnagas.
    Cuando era niño, en aquellas noches, las luciérnagas me fascinaban; pensaba que eran mágicas. No hadas, no duendes, sólo mágicas. De pronto, en medio de la obscuridad, una lucecita se enciende, vuela y desaparece. Y luego otra más allá, o quizás la misma, nunca lo sabía, hasta que veía dos al mismo tiempo.
    Miles de veces me pregunté por qué se encenderían, por qué sólo de noche, por qué sólo unos segundos. Y de la misma manera en que ellas me parecían mágicas, mis respuestas tenían que estar a la par: “se encendían sólo porque un día descubrieron que podían y su luz les pareció muy linda; sólo de noche porque de día no se veían; sólo unos segundos para que siempre fuera una sorpresa”. Pero también pensaba que se encendían para que todos pudieran ver la belleza de las luciérnagas, que, cuando están apagadas, sólo son otro insecto más, sin mucho chiste, sin nada que mostrar.
   
    No sé qué pensar de lo que escuché en esa canción; no sé por qué, pero a veces mis respuestas sólo me dejan más preguntas.

Juan Manuel Ruisánchez Serra.
Aubin Arroyo. Vancouver.

sábado, 7 de mayo de 2011

Susurros

Me gustaría cerrar los ojos y escuchar con mucho cuidado. Concentrarme, con los ojos cerrados, borrando cualquier idea que revolotee en mi cabeza, y escuchar con mucho cuidado. Las luces apagadas, aun con los ojos cerrados, para no tener una sola distracción. Me gustaría que, ya que no haya nada en qué pensar, una vez que mis ojos cerrados se hayan acostumbrado a esa obscuridad, se escucharan los susurros que he estado esperando.
    Y así, sentado, tranquilo, con la respiración profunda y tranquila, escuchar lo que tienen que decirme esas palabras. Sé que entendería tantas cosas, que aceptaría tantas cosas, que tantas cosas dejarían de importar.
    Si tan sólo pudiera cerrar los ojos, estar bien quietecito, en silencio, escuchando esos susurros. Si pudiera hacer que estas ideas se quedaran en las hojas; sacarlas una por una, dejarlas en las hojas: bonitas, en orden, sin ruido. Si pudiera escuchar esos susurros.
    Me gustaría cerrar los ojos, sabiendo que el silencio tiene tantas cosas que decirme.
   
    Cierro los ojos y escucho. Me concentro, borro todas las ideas que suenan estridentes y espero los susurros. Y espero.

Juan Manuel Ruisánchez Serra.
Aubin Arroyo. Rio de Janeiro.

viernes, 6 de mayo de 2011

Vértigo

Imagínate frente al vacío. Parado al borde del precipicio, la mejor vista del paisaje, muy abajo, pero siempre lejos; imagínate el viento en tu cara, frío, en ráfagas; las nubes pasando a gran velocidad, casi al alcance de tu mano. Imagínate un cielo con un azul intenso y a lo lejos el sol que se empieza a esconder en un mar que sólo imaginas.
    Imagínate que alguien te venda los ojos y te da la mano. Te invita a caminar así, sin ver y de su mano, por la orilla del precipicio. Lo piensas, sientes el miedo de imaginar la vista directamente hacia abajo. Tu estómago siente el vacío a sólo un paso, pero no te importa, porque vas de su mano y eso te mantiene en equilibrio.
    Imagínate que caminas con los ojos vendados, sintiendo el viento frío en la cara, las ráfagas que te avisan que apenas a unos pasos se abre el precipicio. Sientes el miedo ya no sólo en el estómago, que más que sentirlo, se ha convertido en el vacío. Imagínate que tus pasos dejan de ser seguros, que apenas te atreves a dar uno, luego otro, cada vez más cortos; pero no te importa, porque vas de su mano y eso aún te mantiene en equilibrio.
    Imagínate el vacío, cuando abres los ojos y no hay venda, ni azul intenso, ni mar imaginado. Imagínate el vacío, cuando no ves su mano y no sabes hacia dónde está el precipicio.

Juan Manuel Ruisánchez Serra.
Aubin Arroyo. Vancouver.

jueves, 5 de mayo de 2011

Agradecimiento

para Amapola.


No se puede vivir como si la belleza no existiera.
        -Luis Rius-                        

Hoy eras la mujer más hermosa del mundo. Te lo digo de la manera más clara que puedo, y en el sentido más amplio de mis palabras. Hoy era imposible verte y no sonreír.
    Hace mucho tiempo que no veía lo que vi hoy en ti. Ha pasado mucho tiempo en el que me ha costado sonreír y ver la belleza alrededor; ha pasado mucho tiempo sin que pudiera sentir estas ganas de sonreír de verdad, desde muy adentro.
    Hace muy pocos días que empecé de nuevo a ver los colores nítidos, las cosas desde otra mirada. Hace muy pocos días que me atreví de nuevo a esbozar una sonrisa, tímida y temerosa, pero una sonrisa al fin.
    Y llegas hoy, así, como si nada, y no puedo hacer otra cosa que no sea sonreír y pensar que eres la mujer más hermosa del mundo. No sólo porque la diferencia con todo lo que lograba ver desde hace mucho es brutal (y vaya que lo es), sino que era sencillamente evidente.
    Y, además, me abrazas y me sumerges en la belleza. Hoy mi sonrisa te la debo a ti y sólo me queda escribirte esto.

Juan Manuel Ruisánchez Serra.
Aubin Arroyo. Vancouver.

miércoles, 4 de mayo de 2011

Aprendizaje

¿Alguna vez te has preguntado cuándo aprendemos a abrazar? No cualquier abrazo, sino los más importantes. ¿Quién nos enseña a sentir tanto en los abrazos, a dejar que el otro sienta lo mismo, a que cada abrazo sea único y maravilloso?
    Es más, no sólo me pregunto quién nos enseñó a abrazar, porque a veces me pregunto, con menos respuestas, quién nos enseñó a recibir un abrazo, a interpretarlo correctamente, a descifrarlo y agradecerlo.
    Hay abrazos, por no decir personas, que no transmiten nada, un simple gesto vacío, un mero trámite. ¿Será que también habrá que aprender algo de esos abrazos? Mientras que hay otros que se quedan en tu cuerpo, que te siguen abrazando por horas o por días.
    ¿Cuándo aprendemos que si aprietas muy poquito, o demasiado, el efecto ya no es el mismo? ¿Quién nos enseña la longitud ideal de un abrazo? ¿Quién nos enseña a ver a alguien y saber, de inmediato y sin una sola duda, que su abrazo será maravilloso? ¿Quién nos enseña a corresponder esos abrazos y sonreír desde el centro del abrazo?
    Yo, honestamente, no tengo respuestas.

Juan Manuel Ruisánchez Serra.
Viña del Mar. Aubin Arroyo.

martes, 3 de mayo de 2011

Un brillo en el espejo

Después de tanto tiempo, hoy me desperté optimista. Cauteloso, es cierto, pero sintiéndome mejor y casi casi sonriendo. Hoy me desperté y el cielo era de nuevo el que recordaba, con su azul y su enormidad.
    En el espejo, al fin, pude verme otra vez. Mis ojos volvían a mirarme de ese modo que hace tanto no usaban en el reflejo. Una levísima sonrisa en el espejo por el brillo que encontré en mis ojos. A veces pensaba que se había perdido para siempre, que tenía que buscar uno nuevo; pero hoy estaba ahí, apenas visible atrás de tanta niebla, pero inconfundible.
    Hoy me desperté queriendo ser yo el que abraza y no mi tristeza. La diferencia es evidente. Hoy puedo ser yo de nuevo y no esperar a que me ayuden a ser yo de nuevo. Hoy puedo estar solo sin sentir que me acompaña la pura soledad.
    Con cuidado, saco los ojos de debajo de las cobijas y miro de nuevo al mundo; con cuidado, hoy puedo esbozar una leve sonrisa y esperar que los ojos del espejo mañana me miren otra vez así.

Juan Manuel Ruisánchez Serra.
Aubin Arroyo. San Pedro de Atacama.

lunes, 2 de mayo de 2011

Una vez, quizás

Me gustaría, por una vez, no ser el que escribe. No es que no me guste ser el que te inventa o te describe. No es que no disfrute imaginándote, observándote hacer lo que yo quiera. Sólo quisiera saber lo que se siente ser el inventado, el descrito, el imaginado, el observado haciendo lo que tú quieras que haga.
    Me gustaría, aunque sea por esta vez, no tener la pluma en la mano, la hoja en blanco enfrente, la cabeza ocupada pensando qué quiero hoy. Me encantaría que fueras tú, aunque sea por esta vez, la que me vieras parado en mi ventana, la que te preguntaras cuál, de todas tus miradas, será la que me encuentre sonriendo. Aunque sea por esta vez, aunque sólo fuera hoy, me encantaría ser tu personaje.

Juan Manuel Ruisánchez Serra.
Aubin Arroyo. Vancouver.

domingo, 1 de mayo de 2011

Tu ventana

Estás parada en tu ventana. No sé lo que miras, pero tus ojos sonríen mientras tus labios se mueven como si estuvieras cantando. No pueden sonreír y cantar al mismo tiempo, por eso son tus ojos los que sonríen. Acaba la canción y tu sonrisa aparece en toda la cara: labios, mirada, gesto.
    Estás parada en tu ventana y el viento mueve tu pelo. No te importa, dejas que te despeine sin hacer un solo movimiento. Seguramente sabes que eso sólo te hace más bonita; que tu peinado, o despeinado, según el viento, no afecta para nada tu belleza.
    Estás parada en tu ventana y tu mano se recarga en el marco, como si la dejaras ahí para que se vean tus dedos finos. Tu brazo se adivina bajo tu ropa, al igual que tu cuerpo. Como era de esperarse, tu cuerpo se corresponde con la sonrisa de tus ojos y con tu pelo movido por el viento.
    Estás parada en tu ventana, sabiendo que eres perfecta porque no lo eres y no te importa. Si tan sólo supiera cuál es tu ventana.

Juan Manuel Ruisánchez Serra.
Aubin Arroyo. Vancouver.

sábado, 30 de abril de 2011

Silencio

Necesito silencio. Necesito que todo el ruido desaparezca, que vaya convirtiéndose en un leve susurro a lo lejos, hasta que desaparezca y quede sólo el silencio.
    Necesito un silencio que me envuelva como una manta en un atardecer frío. Un silencio suave, con el que sea fácil estar y mantener una conversación en voz muy baja. Un silencio que se parezca tanto a un abrazo, que de pronto ya no reconozca las diferencias. Un silencio que me llene de sueños tranquilos. Un silencio con el que pueda dormir. Un silencio que me llene por dentro y me deje soltar.
    Necesito silencio. Necesito que todo el ruido desaparezca, que vaya convirtiéndose en un leve susurro a lo lejos, hasta que desaparezca y quede sólo el silencio.
    Necesito un silencio que no interfiera. Un silencio que no incluya tristezas. Un silencio que sea tan sencillo, que me permita escuchar.
   Necesito silencio.

Juan Manuel Ruisánchez Serra.
Aubin Arroyo. La Habana.

viernes, 29 de abril de 2011

Telar

Tengo ganas de sonreír. Tengo ganas de no sentir toda esta tristeza junta. Quizás podría estar triste a plazos, una tristeza por una y no todas juntas, de golpe, revueltas y generando intereses. Quizás lo que necesito es un telar donde ir hilando todo esto en algo que tenga más sentido, más claridad, más orden, o, ya como mínimo, que se vea más bonito y, aunque sea una sonrisa triste, sonría de ver un poco de belleza en todo esto.
    Esta maraña que no tiene inicio ni fin, que no puedo empezar a deshilachar, a separar por colores, por sensaciones, por tiempos, por personas; esta maraña (que miento, probablemente sé muy bien que tiene inicio, muy adentro de tanto enredo) se me atora en la garganta y en los labios y no me deja sonreír.
    Tengo ganas de sonreír, de encontrar un hilito que me haga cosquillas y me permita empezar a desenredar todos los colores para poner en el telar y empezar algo nuevo, aunque sea sólo una nueva sonrisa.
    Tengo ganas de sonreír y volver a ver los colores nítidos en todo.

Juan Manuel Ruisánchez Serra.
Aubin Arroyo. Montevideo.

jueves, 28 de abril de 2011

Corazón

Otra vez me despierta la alarma del despertador, otra vez me despierto sin haber descansado lo suficiente, otra vez sueño cosas que me dejan alterado, otra vez me siento cansado al despertar. Y, sin embargo, hoy me despierto distinto, me siento diferente; no sé cómo ni en qué, pero entre el sueño disipándose y la alarma que aún no apago me doy cuenta de que algo cambió.
    Apago la alarma y salgo de mi cama. Al quitar las sábanas, sale volando algo por encima de mi cama y se estrella contra la pared. No alcanzo a ver qué era, pero los pedacitos en los que se deshace caen al suelo en un silencio que no se corresponde con la violencia del estallido.
    Inmediatamente me llena una tristeza profunda, pesada, densa. No alcancé a ver lo que voló por los aires, pero su pérdida es demasiado para esta mañana; esos pedacitos insonoros me llenan los ojos de lágrimas que lloraré en otra ocasión. Es como si llorara al revés, como si se me fueran metiendo las lágrimas, llenándome por dentro, no al revés.
    Recojo los pedazos, uno por uno hasta tenerlos todos. No tiene sentido intentar pegarlos, porque no sé qué forma deben tener. Los miro con tristeza, como si algo hubiera acabado ahí. No quiero pensar nada, no quiero suponer, no quiero inventar. Guardo los pedazos todos juntos en una bolsa y en un cajón. Me voy a preparar café sabiendo que algo cambió, que hoy algo es diferente.

Juan Manuel Ruisánchez Serra.
Aubin Arroyo. Ensenada.

miércoles, 27 de abril de 2011

Viaje al desierto

Para Amapola.

Llegué al desierto, al menos eso es evidente: arena para todos lados, no importa hacia dónde mire, sólo arena.
    No, miento, siempre queda mirar para arriba, hacia el cielo. Si es de día, el contraste del azul brillante y de la arena dorada basta para un pequeño respiro; no demasiado, porque tanto azul acaba por parecerse demasiado a tanta arena, y, además, sin las dunas ni las ráfagas de viento que la arrastran. Y siempre debo tener cuidado de no mirar directamente al sol, porque, entonces, ni azul, ni dorado, ni dunas ni ráfagas, sólo unas manchas rojizas que no me dejan ver nada.
    Prefiero voltear hacia arriba en la noche; entonces sí hay muchas cosas por ver. Tantas estrellas me permiten serenarme, pensar con mucha calma, con cuidado, con lentitud, en silencio, con suavidad; como si fuera el mejor abrazo del mundo. Veo todas las estrellas con un golpe de ojo y luego una por una; después las agrupo al azar y empiezo a entenderme.
    Siempre me gustaron los jueguitos de unir los puntos para encontrar el dibujo que se formaba. Con las estrellas hago eso y siempre acabo encontrándome.
    Lo bueno del desierto es que hay arena para todos lados, arena que nunca me dice nada y me permite voltear para arriba y ver las estrellas por un rato.

Juan Manuel Ruisánchez Serra.


 Aubin Arroyo. Merzouga.