miércoles, 27 de abril de 2011

Viaje al desierto

Para Amapola.

Llegué al desierto, al menos eso es evidente: arena para todos lados, no importa hacia dónde mire, sólo arena.
    No, miento, siempre queda mirar para arriba, hacia el cielo. Si es de día, el contraste del azul brillante y de la arena dorada basta para un pequeño respiro; no demasiado, porque tanto azul acaba por parecerse demasiado a tanta arena, y, además, sin las dunas ni las ráfagas de viento que la arrastran. Y siempre debo tener cuidado de no mirar directamente al sol, porque, entonces, ni azul, ni dorado, ni dunas ni ráfagas, sólo unas manchas rojizas que no me dejan ver nada.
    Prefiero voltear hacia arriba en la noche; entonces sí hay muchas cosas por ver. Tantas estrellas me permiten serenarme, pensar con mucha calma, con cuidado, con lentitud, en silencio, con suavidad; como si fuera el mejor abrazo del mundo. Veo todas las estrellas con un golpe de ojo y luego una por una; después las agrupo al azar y empiezo a entenderme.
    Siempre me gustaron los jueguitos de unir los puntos para encontrar el dibujo que se formaba. Con las estrellas hago eso y siempre acabo encontrándome.
    Lo bueno del desierto es que hay arena para todos lados, arena que nunca me dice nada y me permite voltear para arriba y ver las estrellas por un rato.

Juan Manuel Ruisánchez Serra.


 Aubin Arroyo. Merzouga.