sábado, 30 de abril de 2011

Silencio

Necesito silencio. Necesito que todo el ruido desaparezca, que vaya convirtiéndose en un leve susurro a lo lejos, hasta que desaparezca y quede sólo el silencio.
    Necesito un silencio que me envuelva como una manta en un atardecer frío. Un silencio suave, con el que sea fácil estar y mantener una conversación en voz muy baja. Un silencio que se parezca tanto a un abrazo, que de pronto ya no reconozca las diferencias. Un silencio que me llene de sueños tranquilos. Un silencio con el que pueda dormir. Un silencio que me llene por dentro y me deje soltar.
    Necesito silencio. Necesito que todo el ruido desaparezca, que vaya convirtiéndose en un leve susurro a lo lejos, hasta que desaparezca y quede sólo el silencio.
    Necesito un silencio que no interfiera. Un silencio que no incluya tristezas. Un silencio que sea tan sencillo, que me permita escuchar.
   Necesito silencio.

Juan Manuel Ruisánchez Serra.
Aubin Arroyo. La Habana.

viernes, 29 de abril de 2011

Telar

Tengo ganas de sonreír. Tengo ganas de no sentir toda esta tristeza junta. Quizás podría estar triste a plazos, una tristeza por una y no todas juntas, de golpe, revueltas y generando intereses. Quizás lo que necesito es un telar donde ir hilando todo esto en algo que tenga más sentido, más claridad, más orden, o, ya como mínimo, que se vea más bonito y, aunque sea una sonrisa triste, sonría de ver un poco de belleza en todo esto.
    Esta maraña que no tiene inicio ni fin, que no puedo empezar a deshilachar, a separar por colores, por sensaciones, por tiempos, por personas; esta maraña (que miento, probablemente sé muy bien que tiene inicio, muy adentro de tanto enredo) se me atora en la garganta y en los labios y no me deja sonreír.
    Tengo ganas de sonreír, de encontrar un hilito que me haga cosquillas y me permita empezar a desenredar todos los colores para poner en el telar y empezar algo nuevo, aunque sea sólo una nueva sonrisa.
    Tengo ganas de sonreír y volver a ver los colores nítidos en todo.

Juan Manuel Ruisánchez Serra.
Aubin Arroyo. Montevideo.

jueves, 28 de abril de 2011

Corazón

Otra vez me despierta la alarma del despertador, otra vez me despierto sin haber descansado lo suficiente, otra vez sueño cosas que me dejan alterado, otra vez me siento cansado al despertar. Y, sin embargo, hoy me despierto distinto, me siento diferente; no sé cómo ni en qué, pero entre el sueño disipándose y la alarma que aún no apago me doy cuenta de que algo cambió.
    Apago la alarma y salgo de mi cama. Al quitar las sábanas, sale volando algo por encima de mi cama y se estrella contra la pared. No alcanzo a ver qué era, pero los pedacitos en los que se deshace caen al suelo en un silencio que no se corresponde con la violencia del estallido.
    Inmediatamente me llena una tristeza profunda, pesada, densa. No alcancé a ver lo que voló por los aires, pero su pérdida es demasiado para esta mañana; esos pedacitos insonoros me llenan los ojos de lágrimas que lloraré en otra ocasión. Es como si llorara al revés, como si se me fueran metiendo las lágrimas, llenándome por dentro, no al revés.
    Recojo los pedazos, uno por uno hasta tenerlos todos. No tiene sentido intentar pegarlos, porque no sé qué forma deben tener. Los miro con tristeza, como si algo hubiera acabado ahí. No quiero pensar nada, no quiero suponer, no quiero inventar. Guardo los pedazos todos juntos en una bolsa y en un cajón. Me voy a preparar café sabiendo que algo cambió, que hoy algo es diferente.

Juan Manuel Ruisánchez Serra.
Aubin Arroyo. Ensenada.

miércoles, 27 de abril de 2011

Viaje al desierto

Para Amapola.

Llegué al desierto, al menos eso es evidente: arena para todos lados, no importa hacia dónde mire, sólo arena.
    No, miento, siempre queda mirar para arriba, hacia el cielo. Si es de día, el contraste del azul brillante y de la arena dorada basta para un pequeño respiro; no demasiado, porque tanto azul acaba por parecerse demasiado a tanta arena, y, además, sin las dunas ni las ráfagas de viento que la arrastran. Y siempre debo tener cuidado de no mirar directamente al sol, porque, entonces, ni azul, ni dorado, ni dunas ni ráfagas, sólo unas manchas rojizas que no me dejan ver nada.
    Prefiero voltear hacia arriba en la noche; entonces sí hay muchas cosas por ver. Tantas estrellas me permiten serenarme, pensar con mucha calma, con cuidado, con lentitud, en silencio, con suavidad; como si fuera el mejor abrazo del mundo. Veo todas las estrellas con un golpe de ojo y luego una por una; después las agrupo al azar y empiezo a entenderme.
    Siempre me gustaron los jueguitos de unir los puntos para encontrar el dibujo que se formaba. Con las estrellas hago eso y siempre acabo encontrándome.
    Lo bueno del desierto es que hay arena para todos lados, arena que nunca me dice nada y me permite voltear para arriba y ver las estrellas por un rato.

Juan Manuel Ruisánchez Serra.


 Aubin Arroyo. Merzouga.